Comentario diario

Un día sin Dios

?Seguramente sabes que toda persona tiene una muerte/, su propia muerte/, esperándola?. Cuando Anne Sexton escribe estos versos en junio de 1965, no sabe que está incluyendo también a Aquél que había hecho volver a la vida a un muerto, y curado a muchos desesperados. A Él también le esperaba la suya. ?Si eres Hijo de Dios, sálvate a ti mismo, baja de la cruz ?. Y ni siquiera hizo el gesto de incorporarse, no podía, se estaba asfixiando, murió porque no encontraba oxígeno, como le ocurre a los ahogados. Todos lo vieron muerto, tocaron su carne muerta, aún caliente, pero muerta. Lo enterraron deprisa, como se hace con los asesinos, y le pusieron la piedra reservada para los que hemos despedido y ya no están con nosotros.

Hoy Nietzsche tiene toda la razón, Dios ha muerto. Hoy habría que leer de una sentada las obras completas del autor de ?Así habló Zaratustra?. Hoy no se dan comuniones porque Dios está en el sepulcro. Ni siquiera hay consuelo para los enfermos, aunque su deseo de recibirlo sea ardiente, tampoco pueden comulgar. Hoy Dios no puede acercarse a sus corazones heridos porque no está entre los vivos. Hoy las catedrales y las iglesias del mundo entero son los ataúdes de Dios. A veces cuando llegamos a una ciudad en verano, y entramos en una iglesia, el bullicio exterior contrasta con la ausencia de fieles. Hoy tenemos una explicación: no hay nadie con quien encontrarse. Mirar el sagrario hoy es el gran reto para el creyente. Una caja vacía, eso sí, con muchos dorados en su interior, pero nada más. Por primera vez vemos que el interior de los tabernáculos son dignos de un Dios. Pero aquí no tenemos al Dios que creíamos vivo, sólo queda el trabajo de un orfebre.

Entonces, la cruz era el final del camino. Le pasó lo que a todos, hombres y animales, que al final había una muerte que lo esperaba. Hoy los filósofos de la desesperanza tienen razón. Estamos alineados con Heidegger, que afirmaba que el hombre es un ser para la muerte, y si eso es así, entonces la misma vida es una broma que nos conduce a un final fatal. No hay más que ver una foto de Anita Ekberg con 20 años e inmediatamente después con 81. La vida es una corrosión paulatina que va fundiéndonos las lamparillas interiores. Hace con nosotros lo que el viento y la lluvia con los edificios, poco a poco los va desgastando hasta que una pequeña brisa los empuja levemente y se convierten en migajas. Si todo termina detrás de la piedra del sepulcro, ¿qué sentido tiene vivir? La muerte hace la gran enmienda a la vida. Entonces, habitar el mundo se convierte en una desgracia, la horquilla entre nacer y morir se vuelve un entretenimiento con fecha de caducidad.

Decía San Pablo que nadie vive para sí mismo, y nadie muere para sí mismo. Cierto, todos estamos conectados y nos afectan las vidas y las muertes de aquellos a quienes queremos. Los discípulos, los amigos de Cristo, se quedaron tristes y volvieron a pescar, ¿qué otra cosa si no podrían haber hecho? La esperanza que Cristo levantó en sus corazones no fue más que un sueño.

Sí, pero la noche de la desesperanza no fue tan larga.

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