Comentario diario

Un corazón sólo se cuenta a palmos de generosidad

He leído por segunda vez, y prometo que no será la última, un pequeño libro que cuenta sosegadamente la vida de la escritora italiana Natalia Ginzburg. Es que me pasa una cosa que no puedo evitar, cuando un escritor o escritora me hacen mucho bien, soy como los niños con los cuentos, quiero que me los vuelvan a repetir una y otra vez. Con ella tengo más que cumplida la frase de Marcel Proust sobre las verdaderas relaciones, ?lo importante no es tener las mismas opiniones, sino espíritus afines?. Y con la Ginzburg me pasa por frases como esta: ?soy una derrochona y no creo en el ahorro, ni con el dinero ni con cuestiones espirituales. Uno nunca debe guardarse dinero, sentimientos o ideas, porque después ya no son útiles?.

Me he acordado de este texto cuando he leído el Evangelio de hoy. María de Betania rompe un frasco de esencia de nardo, del que el evangelista añade que era auténtico y además costoso, y lo vuelca entero sobre la cabeza y los pies del Maestro. El Señor nunca ve eso tan humano que llamamos gasto, no le van las cuentas o lo que las cosas cuestan, sino lo que vale un corazón. Y un corazón sólo se cuenta a palmos de generosidad. ¿Acaso del milagro de los panes y los peces estuvo calculando de diez en diez hasta llegar a un número determinado? Me gusta definir a Dios con la palabra ?rebosante?, no porque a mí me parezca oportuna, sino porque salió de los labios de Cristo, ?se os dará una medida generosa, remecida, rebosante?, esa es la medida de Dios. Dios no escatima en gastos, es manirroto, le gusta el ser humano y quiere dárselo todo, no sabe de procurar escaseces, no es ahorrador, no guarda los dineros bajo el colchón, no revisa sus honorarios. 

Conocí a un sacerdote que daba mucho dinero a los pobres de la puerta de la Iglesia. A algunos feligreses les escandalizaba una generosidad tan poco racional, porque bien que el pobre se lo gastaría después en vino, en drogas, o vaya usted a saber, en cosas que le hicieran malvivir. Pero el cura seguía en sus trece. Tenía una teoría que nos transmitió a un par de seminaristas que acudíamos estupefactos a su sabiduría, ?prefiero que me tomen el pelo a faltar a la caridad?. Yo tuve también un tío abuelo, a quien no conocí, pero cuya biografía siempre resonaba por los pasillos de casa. Mi madre decía de él que se comportaba como un marqués que nunca tenía un duro. Cada vez que llegaba a su casa, las niñas, sus hijas, se volvían locas, porque siempre traía regalos bajo el brazo. Se gastaba lo que tenía y lo que no tenía en hacer feliz a los demás. Y ahí va una enseñanza clara del dinero, que nunca hace feliz a quien lo posee, sino a quien sabe transformarlo en regalo. Y un regalo compromete a quien lo recibe, estableciendo un vínculo. Todo es así en el ser humano. Si María de Betania gastó lo más precioso en el cuerpo de Nuestro Señor, es porque con Él había establecido un vínculo verdadero con ella. ¿Qué iba a hacer María con el perfume de nardo?, ¿dosificarlo para su propia vanidad?

Hemos nacido para la generosidad. Un planeta es un regalo, y también un montón de arcilla, y un lago, y las cosas inútiles. Y una conversación también es un regalo, cuando se dejan los cacharros a un lado y la sobremesa se transforma en una fiesta.

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